Christmas Night - Sam.



La universidad nunca fue un gran reto para mí, es cierto, fui el más inteligente de la clase por toda la secundaria, y conseguir una beca universitaria no fue algo extraordinariamente difícil. Mi padre quería que siga su ejemplo y ser un médico más. O también ser como el tío Joey, un abogado que engrose las filas de los justicieros  en el país. Pero a mí no me interesaba nada de eso, ni ser un médico reconocido o un abogado exitoso en este país.
Ni siquiera me importaba demasiado lo que ocurriera dentro de este planeta. Siempre me ha gustado ver el cielo, las estrellas, las galaxias.

Por eso decidí ser astrónomo. Observar toda la inmensidad del universo.
Además, cuando era niño me apasionaban las lecturas sobre seres espaciales, habitantes de otros planetas. Recuerdo que cuando aún estaba en la primaria, me absorbió un artículo científico hecho por el alemán Ferdinand Meller acerca de la existencia de seres que llegaron a la Tierra muchos años antes a enseñarnos todo acerca de todo, agricultura, ganadería, arquitectura, y sobre todo tecnología. Aquellos temas me apasionaban y cómo no, si yo era un gran amante del espacio sideral.
Jamás imaginé que todas esas teorías, que al fin y al cabo eran simples teorías se convertirían en pruebas fehacientes de que no estábamos solos en el universo.  En 1910 un objeto que parecía una nave cayó a la Tierra, en Bulgaria. Pues esa nave, estaba tripulada, por dos seres altos, blancos, con cabezas en forma de insecto con pequeñas antenas y una armadura adherida a su cuerpo con lo que parecía ser escamas.

Nuestro egoísmo sideral se había derrumbado.

El hecho fue callado durante mucho tiempo.  El gobierno búlgaro que hasta ese momento estaba decidiendo entrar en lo que serían llamadas después, las “Guerras Balcánicas”, se alió secretamente con Estados Unidos, Gran Bretaña y el Vaticano para ocultar este hecho, puesto que ocasionaría la caía de la civilización existente y la mayor crisis de fe de toda la historia. Pero Ferdinand Meller, descubrió todo, y lo publicó en su ensayo “Nunca más solos”. Este ensayo fue el que despertó en mí, a los 7 años de edad, la fascinación por el universo.

Hasta el día de hoy, mi vida había transcurrido tranquilamente, sabía que este empleo de astrónomo para la Nasa era además de fascinante, un reto a mi paciencia. Pero esa noche, precisamente esa noche, 24 de diciembre, ellos llegaron a la Tierra. Y yo fui testigo de su advenimiento, y de la masacre.