Richie



“Miro el techo y pienso en ti. Miro mis manos y pienso en ti. Cierro mis ojos y veo las formas y colores en la oscuridad que mis párpados me brindan y pienso en ti.  Salgo a caminar, compro un helado, lo saboreo y pienso en ti. No sé qué me has hecho, no dejo de pensar en ti y eso me asusta. Me aterroriza, no supe que decir cuando escuché tu nombre en la tele pensando que eras tú pero fue solo una mujer de 50 años diciendo algo sobre el día de la madre y que era la mujer más feliz del mundo porque pudo tener hijos en el último gran momento de su vida. Me has transformado, ahora solo ideo la forma de escapar de aquí y estar contigo, de juntar dinero y llevarte a París, planear nuestra vida en un departamento pequeño y ser el mejor escritor bohemio enamorado adicto al café de un boulevard clásico. Hasta estas ideas son extrañas. 







Y es por ti, porque te conocí. Porque me topé contigo sin pensar en las consecuencias. Porque fuimos los mejores amigos hasta que me miraste con esa expresión de –veamos que pasa porque ya estoy harta de caminar a ciegas y quiero que me acompañes –y me conquistaste. Como los españoles conquistaron América, incluso antes de que se llame así.  Y salías conmigo, con tus converse verdes y ese jean celeste que amaba desde que te vi con él en el hipermercado cuando buscabas desesperadamente un chocolate que se había dejado de producir hace dos años. Me tomabas de la mano sin pensar que yo me fundía contigo en cada paso que dábamos. Te odio porque comienzo a amarte. Porque tengo mil cosas que hacer y todas son contigo. Te odio porque sé que esto puede no durar toda la vida y eso ha comenzado a aterrarme. Porque perderte sería el apocalipsis zombi que tanto hemos discutido durante cada capítulo de The Walking Dead. No te mueras, y si mueres ven a por mí. Te daré cada parte de mi cuerpo en ofrenda para satisfacer tu hambre de carne humana y fresca. ¡Dios ya estoy hablando como tú! ¿Y sabes qué? Acabo esto porque me están dando náuseas de tanto enamorarme, definitivamente estoy cagado. Pero lo mejor es que estoy cagado por ti. Creo que te amo. No lo sé. O sí, tal vez. Si, si es seguro. Te amo.”


Marie deja la carta en la mesa. Deja de masticar el pan con mermelada de fresa. Se ríe, se sonroja, mira la tele. Es una repetición de un programa de entrevistas donde una señora con su mismo nombre llora de felicidad al tener en sus brazos a su primer –y probablemente último –hijo.

–Maldito Richie, te odio pero, es cierto, también te amo. –Toma la taza de cerámica con diseño de un infantil invierno en Alaska, bebe lo último de su leche con chocolate y vuelve a mirar la carta. Ella es feliz. Ella no puede creerlo, después de cinco malditos años, ella es feliz de nuevo.